"La añoranza, el dolor de la separación, incrementa el amor en ti."
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Cuando el amor se aleja, como las hojas estériles que el invierno lleva en sus soplidos, el rastro que siempre deja es la añoranza presente.
Mas allá que la añoranza refleje un pasado que resiste las actualizaciones presente, es como una planta trepadora que a través de espinosos recuerdos o también gratos momentos se agarran de nuestra existencia y a medida que caminamos el tiempo de nuestras vidas, nos sigue como una sombra sigilosa y no nos deja atrás para nada.
La añoranza teje su telaraña con nuestros recuerdos, la añoranza entra cómoda cuando no cerramos ciclos, cuando no reflexionamos, cuando no logramos darnos presente en el aquí y ahora y cada tanto nos vamos de recreo para atrás y a veces nos quedamos largo rato y no nos importa que la campana suene avisando que un nuevo tiempo precisa de nuestra atención y de nuestra acción.
La añoranza es cómplice del dolor y el sufrimiento, del empantanarnos en una misma baldosa floja sin darnos cuenta que otra baldosa aparece delante nuestro, firme y dando paso a nuevas oportunidades, que muchas veces abandonamos porque el recuerdo del taras nos parece tan agradable que nos asiesta como esas camas desordenadas que invitan a afiacarnos por un rato largo.
Me sucede cuando añoro ciertos momentos, me hago recordar que el presente me trae vientos nuevos que respirar y el agua que tomo hoy no tiene el gusto y sabor del agua del ayer porque nunca tomamos el mismo agua aunque siempre elijamos la misma canilla.
Como el agua, la añoranza el fin de una etapa, de un momento y se debe dejar ir porque si la retenemos solo con el tiempo al tomarla nos regalara gustosa un sabor agrio.
Cuando la añoranza me invita a saborear sus dulces tragos, me recuerdo que el presente me regala un sabor mas fresco y mas sano para el alma y el corazón.
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